Embarcamos tal y como teníamos previsto jueves pasado a bordo del buque "Magallanes" en Puerto Natales para una travesía de tres días y cuatro noches recorriendo los solitarios canales patagónicos, en el extremo sur de Chile. El barco une la región de Magallanes con la de Los Lagos, separados por un enjambre de islas, islotes, cabos, peñones, montañas y canales marítimos donde no vive absolutamente nadie, salvo en la pequeña población de Puerto Edén donde hicimos una parada de una hora al segundo día de navegación. El barco es el único abastecimiento con el exterior de este puñado de casas de pescadores, militares y los últimos indígenas Kawesqar. La población de Puerto Edén alcanza a las 300 personas y en ellas se encuentran 5 familias descendientes de la etnia kawaskar, que habitó el extremo sur del Golfo de Penas. Hace frío todo el año, llueve con frecuencia y el tiempo es muy cambiante. Esta comunidad indígena, cuando aún era nómada, necesitaba pocos y simples materiales para vivir: una canoa, una choza liviana de base ovalada, cubierta de pieles, cortezas y follajes, de rápido montaje y desmontaje, y utensilios de pesca, caza y recolección de alimentos. Su vivienda era un toldo desmontable cubierto con cueros de lobo marino. La visión que tuvieron los españoles de los kawésqar puede entenderse en las palabras de Ladrillero: «La gente de esta bahía es bien dispuesta y de buen arte. Tienen barbas los hombres, no muy largas. Sus vestiduras son unos pellejos de lobos marinos. No tienen asiento en ninguna parte. Andan en canoa de cáscaras de árboles y de unas partes en otras. Comen marisco y carne cruda de lobos marinos, peces y animales...»
Los canales patagónicos son totalmente hostiles para los asentamientos humanos, son en cambio una reserva faunística de increíble valor.Es frecuente avistar delfines magallánicos, bandas de leopardos marinos, nutrías, ballenas que saltan de improvisto y el elegante vuelo de los albatros nómadas que bailan en círculo, solitarios, sobre el espeso mar oscuro. El albatros, compañero de travesía del "Magallanes" sobrevuela el buque, como atraido por nuestras voces antes de seguir lejos y perderse en el horizonte. Para quien viaja mirando los mapamundi, los canales patagónicos del sur de Chile son un misterio, en el extremo del continente se dibujan miles de islas que parecen formar otro continente, allí nos hemos perdido unos días. Siempre en cubierta, tapados hasta las orejas, ansiosos por captar los movimientos de algún animal marino, seguiamos una costa dentelada, caprichosa, a veces altísima, otras veces plana, de tierras nunca pisadas y vegetación verdioscura.
No es un crucero al uso, viajamos con camiones cisterna, caballos, vacas. En la parte de arriba se encuentran las cabinas, con todo el confort, y buenas duchas calientes, un salón restaurante con un sólo menú y un bar. Te proyectan documentales sobre fauna y geografía, buenas pelis, hay charlas explicativas. Hay que seguir un horario estricto para las comidas, pero aparte de esto, tienes libre acceso a todo el barco, a todas la cubiertas y hasta puedes ir a calentarte en la cabina del comandante. Es un crucero de mochileros, de gente aguerrida y curtida en viajes. Se viene a lo que se viene, cruzar un paraje imposible de ver de otra manera, sólo con este barco. La compañía tiene un detalle maravilloso con los pasajeros, se desvían de su ruta para adentrarse en los canales que bordean el Campo de Hielo Sur, único recuerdo fuera de los polos de la última glaciación. Se trata de un campo de hielo de más de mil metros de altitud (o profundidad) que se asienta sobre un maciso central de los Andes. Del Campo Sur (350 kms de largo por 70 de ancho), auténtico desierto de nieve y hielo se vierten los glaciares de la Patagonia en lagunas y lagos. Nos llevaron al final de un fiordo, al pie de las montañas que contienen el hielo, y allí, cual un río de lava blanco, el galciar Amalia vierte en las aguas marinas su gigantesca masa de hielos milenarios. Un viento frío congela los alrededores, el sol ilumina sus transparencias azules, es un espectáculo vibrante.
Al final de viaje, en aguas del oceánico pacífico, aparecieron los conos nevados de los volcanes de la costa chilena, la temperatura se suavizó, nos alejábamos del extremo sur, caía la noche austral sobre el horizonte de nuevo despejado, por fin vimos la Cruz del Sur.
Llegamos a Puerto Montt, de verdes praderas y cruzamos los Andes en un autobus hacia Bariloche en Argentina. A orillas del lago Nahuel Huapi, hay flores, la gente se pasea ligera, es primavera, dejamos atrás las nubes grises del pacífico sur y el sinuoso vuelo de los albatros.